Por hoy os dejamos con esta introducción al mundo del famoso escritor japonés Haruki Murakami escrita por un buen amigo de SakuraKey. Os recomendamos que visitéis su blog (tiporaretto.blogspot.com) en el que diserta sobre ese y otros temas.
En
uno de los primeros pasajes de “Tokio Blues”, dos jóvenes pasean
juntos sin apenas hablarse durante kilómetros, y Murakami los
acompaña fijándose morosamente en las hojas de
cerezo, el sol de media tarde, el pasador del pelo de la chica.
Aunque al leerlo todavía
no lo sabemos, están devastados por la tragedia y su vida les está
cambiando delante de nosotros, mientras Murakami nos habla de la
casualidad de encontrarse en la línea Chūō de camino a las
librerías de viejo de Kanda, y de caminar sin rumbo hasta
encontrarse en Komagome sin saber cómo.
Haruki Murakami no se
dedicó a escribir hasta bien entrado en la treintena; antes de eso,
trabajó en una tienda de discos, y después regentó durante años
un club de jazz. Como Watanabe, el protagonista de “Tokio Blues”,
que trabajaba en una tienda de discos; o Hajime, el de “Al Sur de
la frontera, al Oeste del Sol” que tenía un club de jazz.
A ambos les gusta la
música, especialmente un tipo de baladas jazz pausadas y cálidas,
como “So what”, o “Star-crossed lovers”, en el que los
músicos se esfuerzan por esconder su virtuosismo, de la misma forma
que Murakami hace a sus personajes pasear en silencio por Tokio
mientras él aparenta estar distraído por el viento del sur que
barre los oscuros nubarrones que cubrían el cielo.
Sus protagonistas son
habitualmente hombres callados a los que les encanta hablar, y cuando
lo hacen sus conversaciones brotan naturalmente y parecen sencillas,
pero todas dejan destellos de profundidad; y en muchos de sus cuentos
cortos, recopilados en “Sauce ciego, mujer dormida”, simplemente
plantea los contornos de la historia (la rutina del protagonista, por
ejemplo, el pasador del pelo y el sol de media tarde), sin
explicarnos su significado; nos agarra de la mano, nos sonríe
tímidamente, y nos va meciendo poco a poco con el sonido dulce de la
trompeta hasta que el cuento se acaba y vemos que hemos llegado, por
ejemplo, a Komagome, sin saber cómo.
N. Ramalleira